La educación en Colombia, aunque seguramente también en buena parte del mundo subdesarrollado, es un cuento muy particular.
Pagamos (o mes bien nuestros papás pagan) verdaderas fortunas para estudiar una carrera profesional en una universidad con buen nombre.
Pero, ¿Cuál carrera?. La verdad, no importa! Una carrera que le de un título con el que usted sea “alguien” en la vida, dirían nuestros papás. Cómo si un individuo no fuera persona por no tener un diploma colgado en la pared, o cómo si un cartón volviera a ese individuo un mejor ser humano. Cualquiera que sea el caso, no puede ser un postulado más equivocado.
Es así cómo salimos del colegio con 17 años, absolutamente perdidos y sin rumbo a elegir una carrera, que en realidad ya ha sido elegida por otros, llámense papás, familia, colegio, sociedad, etc.
En este punto muchos estarán pensando que eso es falso, que ellos eligieron libremente qué carrera estudiar. Y si así fue, y hoy sienten que su proyecto de vida gira en torno a esa decisión y están felices, pues perfecto!! Están en el mundo ideal y me alegra.
Pero por lo menos no fue mi caso. Cuando salí del colegio y tenía que elegir una carrera (sin desconocer que ese es un privilegio de una porcentaje muy pero muy pequeño de los bachilleres), las opciones no eran muchas, y eran las mismas carreras que estudia el 70% de los jóvenes que pueden estudiar: administración, ingeniería, derecho, finanzas y una que otra que se me escapa.
Posiblemente las pocas opciones se explican por falta de vocación o virtudes innatas cómo la música o las artes plásticas, por poner un ejemplo. Pero más que eso, se debe en su mayor parte al contexto viciado en el que crecemos y vivimos. Donde un Dotor de corbata es más que un músico mechudo con jean roto, y donde todos los estudiantes de un colegio son medidos por la misma vara sin importar sus cualidades y condiciones particulares, cortándoles de forma cruel y descarada las alas, y condenándolos a vivir en una maldita jaula.
Recuerdo que a mi nunca me presentaron opciones alternativas a una carrera universitaria. Nadie me dijo que podía viajar por el mundo en programas de voluntariado, o que podía irme de intercambio algunos meses a otro país a aprender un idioma, y lo que es más importante, aprender del mundo y aprender a vivir.
Nadie me dijo que podía se carpintero, malabarista, fotógrafo, dueño de hostal, o simplemente que me tomara algunos meses o años para definir cuál era verdaderamente mi vocación y ahí si, decidir cuanto dinero invertir en capacitación para convertir eso en un proyecto de vida.
Pienso en los más de 60 millones de pesos de la época que tuvo que pagar mi papá entre 2004 y 2009 por un diploma de un pliego de grande que dice Profesional en Finanzas, y me pongo a pensar cuánto provecho se le hubiese podido sacar a ese dinero destinado de otra forma, no enriqueciendo los desbordados bolsillos de los ricos de este país.
En ningún momento quiero sonar desagradecido ni arrepentido con mi vida. Por el contrario, agradezco a mi papá y familia con todo mi corazón sus gigantescos esfuerzos para que me pudiera graduar de Finanzas en el Rosario, pagando unos semestres que sobrepasaban sus ingresos.
Gracias a ese diploma (que aún mantengo guardado entre polvo y telarañas) y una buena cuota de esfuerzo y dedicación logré en 4 años llegar a una pequeña cima salarial y laboral, y desde allí tuve una vista menos nublada del mundo.
Pude ver el futuro a través de la vida de mis jefes. Fantasía pura, visiones en 4D de cómo sería mi vida si seguía el camino que había comenzado. Veía BMWs, Volvos, casas campestres, corbatas Hermés, almuerzos de mantel y fiestas de lujo. Pero había algo que no veía con claridad, la felicidad.
Me di cuenta que el dinero no lo regalan, ni es fácil de conseguir, que hay que matarse literalmente por él, que hay que entregar la vida a una empresa a cambio de un puñado mensual de billetes. Me di cuenta que es un intercambio de dinero por tiempo.
Y díganme ustedes ¿de que sirve el dinero si no se tiene tiempo?.
Jornadas de más de 10 horas o más, trabajo los fines de semana, viajes laborales incontables. Y me preguntaba ¿a que hora ven a la familia?, ¿a que hora juegan con sus hijos?, ¿a que hora se pueden acostar en el pasto a recibir el sol?. La respuesta era fácil y cruel: a ninguna hora. Eso no era parte del plan.
ESO NADIE ME LO DIJO!!! Ni en mi casa, ni en el colegio, ni en la universidad. Nadie me dijo que esta sociedad funciona con la gasolina de los recién egresados (que duran 3 o 4 años siendo recién egresados) que han pagados toneladas de dinero a una universidad para salir a recibir (y eso si logran arrancar) sueldos de 1 o 1,5 millones. Nadie me dijo que si quería ascender laboral y salarialmente debía venderle mi tiempo al diablo. Que mi vida ya no sería mía sino de una empresa, ¿a ustedes se los dijeron?.
La educación en Colombia es un eslabón más de la cadena del mal llamado capitalismo. Le exprime la plata a los papás, para que saquen hijos formados académicamente que alimenten las calderas de las empresas, donde son quemados y explotados para seguir haciendo más ricos a los millonarios de nuestro país. Y así una y otra vez el ciclo se repite.
¿Que tal si hacemos un alto?, ¿Qué tal si nos quitamos los anteojos y vemos que mundo existía antes de las empresas y va a seguir existiendo sin ellas?. ¿Qué tal si buscamos en el fondo de nuestro corazón nuestra verdadera vocación y dejamos de deslumbrarnos por el dinero?. No es un camino fácil, pero con seguridad es un camino satisfactorio. Bien dice una frase de cajón que lo importante no es la meta sino el camino que se recorre.